Un regalo de Sergio Astorga

lunes, 25 de marzo de 2013

Biber y el rosario de la aurora









Hoy es Lunes Santo y eso significa dos cosas:

Que puesto que han podido usar el teclado para acceder sin ningún problema a leer esta entrada, quiere decir que no se quedaron sin manos. O lo que es lo mismo, que a pesar de ser una pandilla de descreídos siguen estrenando el domingo de Ramos calcetines, pañuelos, corbatas o alguna braguita con más o menos puntillas... por si acaso lo del refrán es verdad.

Y que estamos en Semana Santa.


¡Ajajá!, lo han adivinado Vds. y no van a librarse. Toca música sacra.

Sí, no me miren con esa cara. El hecho de que no vayan religiosamente a los Oficios de miércoles, jueves, viernes y sábado santo no quiere decir necesariamente que éstos no lleguen a Vds. (ya saben, lo de Mahoma y la montañita), que para eso tienen a la trasnochada condesa. Ella va a ocuparse, mis queridos lectoyentes,  de que no les falte un Motete, un Oficio o una Lección de tinieblas, un Oratorio, una Cantata, una Pasión que echarse a la oreja. ¡Faltaría más! Para eso estoy yo aquí.

Este tiempo es, junto con el de Navidad, el que mayor cantidad de piezas ha inspirado, por encargo o motu proprio. Y todas, toditas de iglesia. Grandes dosis de tristeza, recogimiento y solemnidad. Soprano y contraltos cantando con desolación, tenores y altos entonando respetuosamente. Mucho órgano,  mucha batuta y mucho clave. Y un marcado tufillo a cera e incienso.
En definitiva, la pompa y el fasto que la celebración litúrgica requiere, que no todos los días cogen al jefe, lo enchironan, le hacen judiadas, se lo cargan y resucita.

Andaba yo la semana pasada decidiendo qué ponerles entre todo el repertorio que hay por casa, cuando un concierto al que asistí vino a resolver todas mis dudas.

Creo que no es la primera ni la segunda vez que hablo en esta bitácora de las Sonatas del Rosario de Biber, también llamadas Sonatas del Misterio. Me enamoré de ellas desde la primera vez que las escuché, al grupo La Risonanza y en directo allá por el año 2004, en el Liceo de Cámara. Por casa hay tres versiones. Pero les aseguro que las que tuve la suerte de escuchar el otro día salir de los violines de Daniel Sepec superaron, de largo, las otras veces que las he oído en directo o en disco en estos nueve años.

No es la primera vez que veía a este violinista. De hecho, actúa con cierta frecuencia precisamente en los ciclos del Liceo de Cámara aunque no solo. Junto con Antje Weithaas, Tabea Zimmermann y Jean-Guihen Queyras forma el cuarteto Arcanto. Cuatro espléndidos, jovencísimos y nada ortodoxos violines, viola y cello. 

Por eso me sorprendió entre otras cosas una interpretación tan "poco Arcanto" de la obra maestra del austro-bohemio.  Arropado y magníficamente acompañado en el escenario por Hille Perl, a la viola da gamba; Lee Santana, con archilaúd y tiorba y Michael Behringer, al teclado de clave y órgano, dio un soberbio recital de interpretación. En sus manos, siete violines, de los que al menos tres eran Stainer -el luthier barroco tirolés- originales. Un concierto largo pues tocaron 10 de las 15 sonatas, para terminar con la Sonata del Ángel de la Guarda, sin acompañamiento del bajo continuo. Pero no se hizo tal pues las diferentes partes se iban desarrollando con tal fluidez, el diálogo entre los instrumentos era en ocasiones tan hermoso (especialmente con la tiorba), la continuidad de las sonatas producía un crescendo con tanta armonía y tanta luz, que cuando salimos de la sala de cámara pasadas las diez y cuarto de la noche, habían volado dos horas y media de música. Y durante todo ese tiempo, un Biber soberbio anduvo planeando a sus anchas por el pequeño auditorio. 


Iba a decirles que no podrían imaginarse el disfrute de aquella audición, pero creo que sí que van a poder hacerlo. Aunque sin la magia del sonido y la imagen en directo, esta misma tarde ha llegado a casa la versión que grabaron los cuatro en el año 2010, en formato Super Audio CD. La precisión del dato tiene su razón de ser y no para darme pisto precisamente. Y es que nunca he escuchado este tipo de discos en el aparato para el que fueron concebidos -ni siquiera he estado cerca nunca de uno de ellos- pero a juzgar por cómo se oye en mi reproductor "no Super y casi no Audio", en uno de esos cacharros debe de ser músico-orgásmico directamente. 

Y ahora viene la parte más delicada. No me queda más remedio que contarles algunas cosas del conjunto de sonatas sobre el que les hablo. Ya, si lo sé, que esto es lo que menos les gusta, pero dentro del programa de entrenamiento al que pienso someterles para que se desentumezcan de tanta bagatela, no queda más remedio. No me lo agradezcan tan fervorosamente y no se quejen tanto que les estoy haciendo de coach por la patilla.... ¡Venga..., vale..!, lo haré lo más cortito posible, aunque ya saben que eso en mí no significa necesariamente brevedad.

Heinrich Ignaz Franz Biber era maestro de capilla en Salzburgo desde 1684 y en su calidad de tal había compuesto multitud de música sacra: misas y corales especialmente, pero también música profana. Con todo, si en este momento hoy es un músico recordado y prestigioso se debe precisamente al descubrimiento que se hizo posterior a 1890 de sus 16 sonatas para violín. Formaban parte  de un manuscrito de lujo propiedad de un científico de Munich, Karl Franz Emil Schafhäutl, que había legado a su muerte -justamente ese año-  a la Biblioteca bávara. De hecho, es el único original que se conserva de todo el corpus de sonatas. Cada una de estas partituras musicales estaba encabezada por una preciosa miniatura ilustrada, con pasajes de la vida de la Virgen o de Cristo y que se correspondían con todos y cada uno de los diferentes misterios -gozosos, dolorosos y gloriosos- que se rezan en el Rosario. De ahí los dos nombres de que les hablé. En 1905 fue publicado por vez primera gracias al editor Erwin Luntz y conviene aclarar que no le concedió a la obra el valor musical que hoy se le reconoce y lo dio a la luz más por razones históricas en orden a la importancia del descubrimiento que por considerar que realmente eran la obra cumbre de su autor.

Y han tenido que pasar unos cuantos años para que dicha calidad saliera a la luz, gracias en buena parte a la musicología moderna. ¿La razón? Pues verán Vds., buena parte de la culpa la tiene una palabreja llamada scordatura. Y es que para tocar estas piezas el violín debe de ser afinado en forma distinta a como es habitual. Además, salvo dos repeticiones, cada una de ellas lleva una afinación distinta. Es decir, se produce un cambio en los intervalos que rigen habitualmente entre las cuatro cuerdas del instrumento, renunciando a las quintas regulares. Y esta scordatura (que en definitiva significa "desafinación") exige una enorme dificultad para el que debe interpretar las sonatas (pocos violonistas hoy en día se atreven a ello) y también para quien las escucha pues al no darse los intervalos lógicos, el oído suele "reconocer" los sonidos como "desafinados" y los suyos no van a ser menos expertos. Esta técnica se dio a lo largo del siglo XVII pero las Sonatas del Rosario de Biber representan su ejemplo más complejo, sofisticado, brillante y espectacular.

Para no aburrirles demasiado terminaré con un par de apuntes más. La obra está dedicada, como muchas otras, al Arzobispo Príncipe de Salzburgo, Maximilian Gandolph von Kuenburg -a cuyas órdenes trabajó durante muchos años- mediante una extenso escrito lleno de alabanzas y loas al mentor y que encabeza el manuscrito:



La delicadeza y perfección de la partitura es tal que valga como ejemplo el hecho de que en la sonata del Nacimiento de Cristo, aparecen formando parte de la misma varios compases de otra sonata posterior, la de la Crucifixión de Cristo, como premonición de la pasión y muerte de Jesús. Esta premonición era habitualmente representada en relieves, tablas y óleos del XVII, pero rara vez en una composición musical. El cuidado y el preciosismo de la partitura nos dan idea también de la calidad compositiva de Biber.




¿Ven como no es tan difícil llegar hasta aquí? No me digan que no pueden más... pues vaya atletas musicales que están Vds. hechos... ¡Bah, que ya no les doy más la lata! Les dejo con la forzosa selección de Misterios (uno por cada grupo y quizá algún bonus track si se portan bien) pero debo hacerles una advertencia: les van a gustar tanto y las van a escuchar tantas veces seguidas que les van a dar las del alba. Al tiempo.


Descansen todo lo que puedan los que trabajen, disfruten lo que les sea posible los que estén de asueto y tómense con moderación la ingesta de torrijas. Seguro, seguro, seguro que al menos estas últimas les procuran un buen ratito de felicidad.

Buenas noches.

H.I.F.Biber (1644-1704) Rosenkranzsonaten. (Las Sonatas del Rosario o del Misterio). D.Sepec, violín; H. Perl, viola da gamba; L. Santana, archilaúd y tiorba; M. Behringer, clave y teclado. Coviello, 2010.
1) Die Geburt Christie - Der freudenreiche Rosenkranz (El Nacimiento de Cristo - Misterios Gozosos)
2) Die Geißelung - Der schmerzensreiche Rosenkranz (La Flagelación - Misterios Dolorosos)
3) Die Himmelfahrt - Der glorreiche Rosenkranz (La Ascensión - Misterios Glorioses)
4 Passacaglia (Der Schutzengel) [Pasacalle (El Ángel de la Guarda)]





lunes, 18 de marzo de 2013

Sokolov, el virtuoso infatigable










Una de las pocas cosas buenas de cumplir años es que cada vez se es más consciente de disfrutar lo bueno y por consiguiente paladearlo, ya que, como contrapartida, lo malo se ha convertido en compañero de plus en plus habitual, pertinaz, fiel y pegajoso.

Hace justamente una semana acudimos a nuestra cita anual con Sokolov. Esta vez había bastantes huecos, lo que también aquí refleja de manera bastante clara cómo anda el panorama económico general puesto que en otra época había bofetadas por ver y escuchar al ruso. Cuando la luz se atenúa y aparece en escena el señor Grigori, inmutable, con ese andar inclinado tan peculiar, sin ningún rictus de emoción en el rostro, cortés, educado, tan "soviético" todo él, sabemos perfectamente el lujo que representa poder seguir manteniendo un año más y sin agobios los abonos de música.

Y lo que este pianista absolutamente excepcional interpreta es siempre un regalo. Con una técnica de escuela rusa, impoluta y perfecta, sin que se le mueva un solo pelo de su blanca melena. Como siempre, un concierto largo y difícil por delante. Como siempre, ausencia total de partituras en las que apoyarse. Como siempre, la espera final de un derroche de propinas.

Miren, yo no sé si este año esta condesa andaba especialmente receptiva pero fue una delicia de velada. Los protagonistas... pues "solamente" Schubert y Beethoven, la primera escuela de Viena -aunque algunos digan que el nombre es tramposo y retroactivo-. Y no piensen que las piezas escogidas eran bagatelas... ¡qué va!  Los cuatro impromptus D899 y las tres piezas para piano D946 del austríaco y nada menos que la sonata nº 29, la Hammerklavier, del alemán.

No soy capaz de decirles mucho más. Que durante toda la primera parte se escuchó al Schubert más arrebatado, matizado, sugerente. Pero faltaría a la verdad si dijera que sus "ímpetus" fueron exclusivamente eso, porque sonaron también reflexivos, ensimismados, puro concepto e introspección. Y parecía que los dedos de Sokolov apenas rozaban el teclado y lo difícil, intrincado, falsamente pequeño, se convertía en aparentemente fácil y ligero. Cuando se escucharon las primeras notas del Allegro assai, -el primero de los Drei Klavierstücke- la música se abrió repentinamente hasta adquirir la redondez de sus últimas obras. Compuestas apenas tres meses antes que las tres últimas sonatas que constituyen su testamento vital, estas tres piezas participan también de su complejidad estructural, de su profunda melancolía en ocasiones y, por qué no decirlo, de su definitivo adiós.

En la segunda parte, la magia no solo se mantuvo sino que creció. Escuchar y ver a este pianista interpretar la sonata más larga y una de las más arduas del de Bonn es un homenaje a la vista y el oído. Si antes los dedos apenas parecían rozar el teclado, ahora volaban literalmente sobre él en un alarde increíble de contraste entre el piano y el forte. El auditorio andaba electrizado a pesar de algunas toses por aquí y por allá (algunas reales e irrefrenables que obligaron a sus dueños a abandonar respetuosamente la sala, pero otras eternas, machaconas, puñeteramente graduadas, siempre en el momento más inoportuno como si sus poseedores encontraran un placer perverso y tuvieran un especial tino en fastidiar justamente el pianissimo apenas susurrado) y así se mantuvo durante los 40 minutos que duró la 29. Tras el acorde final, la sala literalmente se vino abajo por los aplausos.

Pero como este metódico, pulcro y sistemático intérprete nos tiene muy mal acostumbrados desde hace algunos años, esperábamos como críos los "bonustrack". Esta temporada, uno menos que el anterior: "solo" siete propinas, siete. Los entendidos dijeron después que había empezado con Rameau para seguir con Scarlatti y Soler, al alimón. Finalmente, un incansable Sokolov dio por terminado esta vez el concierto.  Y hago hincapié en que fue él porque les aseguro que en anteriores ocasiones era el público el que abandonaba la sala, emborrachado literalmente de música.

La semana anterior al concierto que ha ocupado este post tuve también la tremenda suerte de acudir a los dos últimos que daba el Cuarteto de Tokyo en Madrid, como despedida antes de su disolución este verano [las malas y bien informadas lenguas aseguran sin embargo que los cuatro componentes adoran a este viejo y maltrecho país de tal manera que han accedido a dar un tercero a finales de junio y que será el penúltimo absoluto de su carrera; pero ya saben que no son más que malas (o buenas) lenguas]. El día anterior al de don Gregori, una Ute Lempe soberbia me fascinó interpretando Die sieben Todsüden, de Weill y Brecht, junto a la OCNE y Die Singphoniker. Mañana mismo veré a Mitsuko Uchida y la Mahler Chamber Orchestra interpretar a Mozart y Bartok; el miércoles volveré a escuchar 11 de las Sonatas del Rosario de Biber. El viernes acudiré al reclamo de Les Talens Lyriques intepretando Lecciones de tinieblas de Charpentier. Entre medias, dos obras de teatro: El lindo don Diego, de Agustín Moreto y A cielo abierto, con Josep Maria Pou.

Lo sé, lo sé; sé que es difícil tener y disfrutar más. Entre otras cosas porque además vivo en una ciudad donde existe un Auditorio Nacional y un Teatro Nacional de Teatro Clásico y un Teatro Español... Y un Museo del Prado y un Thyssen, un CaixaForum, una Fundación Mapfre, o una Carlos de Amberes o del Canal. Y la mayor parte de lo que en ellas suena, se representa o expone está subvencionado por el Estado o patrocinado por grandes empresas. Les aseguro que sí, que soy consciente del privilegio que todo ello comporta y del lujo que es tener ballet, teatro, zarzuela, ópera, música de jazz, clásica o alternativa, pintura, escultura y arquitectura al alcance de unas cuantas estaciones de metro o paradas de autobús. Y sé que no pocas de las ayudas que reciben todas esas instituciones están respaldadas por diferentes ministerios, lo que quiere decir que los diversos espectáculos los pagan (bueno, pagamos) todos para que lo disfrutemos más bien unos poquitos, por muy baratos que sean los precios. No me olvido tampoco de que, por fortuna, la empresa que me exprimió bien durante más de 30 años me paga un sueldo digno que me permite sufragar abonos, carnés de amigos y entradas varias. Por eso me aprovecho de mi situación privilegiada todo lo que puedo, que uno nunca sabe cuándo le caerá encima el hachazo -de cualquier tipo- y no podrá volver a hacerlo. Como pequeña contrapartida, les traigo luego  una parte diminuta a este blog.



¿Qué, cómo han llevado un post kilométrico de nuevo? ¿A que se les ha hecho largo? Y total para no decir nada... Si es que estaban Vds. muy mal acostumbrados con las bagatelas... Pues para que el agotamiento sea completo y sufran de las correspondientes agujetas en las orejuelas,  les dejo con la espectacular Hammerklavier del sordo, interpretada por uno de los, para mí, grandes, grandes del piano.

Mientras tarda en llegar una nueva tontuna musical, trabajen lo menos posible, indígnense todo lo indignable, procuren no caer enfermos que no está la sanidad pública para muchos trotes y, sobre todo sobre todo, intenten ser todo lo felices que puedan, antes de que a los del COI se les pueda ocurrir montar otra olimpiada en esta piel de toro que anda para pocas bromas.

Buenas noches.




L.v.Beethoven (1770-1827). Sonata nº 29, en Si bemol mayor, op. 106, "Hammerklavier". Solomon, piano. Emi,  1956 y 2005. 


viernes, 8 de marzo de 2013

Bagatelas XVIII: Diacronía musical


Pour Martine,
ma petite sourire





Dejemos que esta vez hable el oráculo del youtube. Aun con algunas imprecisiones y olvidos, este vídeo es un viaje ameno e instructivo a través de la Historia de la música occidental.

Seguro que los datos, notas e imágenes -incluida la final- que de él se desprenden les harán todavía más plácido y deseable el fin de semana que ya asoma las orejas por la esquina contraria a la del lunes.

Disfruten pues de este regalo y recíbanlo tal y como yo lo recibí en su día: con mirada curiosa, divertida y con todo el afecto para quien lo dio a conocer, que andan los tiempos malos y se agradecen las muestras de cariño sinceras y sin venir a cuento.

Entretanto llega una tonta y nueva bagatela, descansen, disfruten y sean felices.