Un regalo de Sergio Astorga

jueves, 25 de julio de 2013

Bagatelas XXV: As de guía








Es seguramente el nudo más usado en un barco. También el más fiable. 
Rápido de hacer y aún más rápido y fácil de soltar. Prácticamente ningún aparejo de un velero puede funcionar sin él. El puño del foque o el génova van necesariamente unidos a su driza por uno de ellos. También hace falta para fijar el pajarín a la botavara o para que la escota de la mayor no se salga de sus poleas. No se puede usar otro a la hora de amarrar el chicote del cabo de proa a una boya o cualquier otro tipo de anclaje. 

Fuerte y flexible. Poderoso y dúctil. 
Imprescindible.

Verán. La semana pasada estuve a punto de tirar la toalla el martes al mediodía. No conseguía hacer un viraje por avante ni una trasluchada como dios manda. Cuando no caía a sotavento, me quedaba proa al viento y el barco se paraba. Faltó muy muy poquito para que me volviera a Madrid. Pero decidí que no había llegado hasta allí para rendirme sin haberlo intentado hasta el final, de modo que me quedé. El miércoles fue bien duro y me lo pasé haciendo triángulos entre tres boyas, y pasando de ceñida a través, de ahí a largo y empopada (orejas de burro incluídas) hasta que la mayor trasluchaba, para orzar otra vez hasta llegar a un nuevo viraje. Así, durante dos largas, mojadas, yodadas y saladas horas en que el sol caía a plomo.  

Pero el viernes, mientras navegaba amurada a estribor y en rumbo de ceñida, dando instrucciones a mis compañeros para que cazaran o soltaran velas, sintiendo el viento y el sol en la cara, notando que el velero volaba sobre el agua y respondía con suavidad y precisión al movimiento que era capaz de imprimirle a la caña, tuve la certeza absoluta de que mi vida estaba amarrada fuertemente a la naturaleza  y a los que quiero y me quieren con los nudos más seguros e imprescindibles que podía desear.

Les parecerá una estupidez pero en aquel preciso momento mi nombre -tan fugaz y tan corto- creció hasta adquirir todo su sentido, contagiándome y llevando a lo más profundo de mi cerebro y mi ánimo una sensación fantástica de paz que todavía hoy me dura. 

Y por un instante brevísimo fui absolutamente feliz




VV.AA. Música brasileña
1 - O Vento (Toquinho)
2 - Aquarela (Toquinho - V. de Moraes)
3 - Sei Lá... A Vida tem sempre razão ((Toquinho - V. de Moraes)
4 - Samba em Paz (Caetano Veloso)
5 - Amor em Paz (Toquinho - V. de Moraes - Azeitona)
6 - A Paz (Gilberto Gil)
7 - A Felicidade (María Creuza - Toquinho - V. de Moraes)


viernes, 12 de julio de 2013

Narciso pletórico






Jan Cossiers. Narciso. Óleo sobre lienzo. 182 x 113 cms. Firmado. [P.1465]
Museo del Prado. Madrid



¡Ajajá..! Lo han adivinado... toca una de autobombo.

Ya le hacía falta a esta condesa mirarse el ombligo durante un buen rato y lanzarse flores a sí misma. Es que, además, si se me desacostumbran luego no hay forma de volverlos a encarrilar, mis queridos lectoyentes.

Unos cuantos días ya sin aparecer por aquí y encima mi última entrada les dejó a Vds. muy pero que muy aplanados. Belleza excelsa y desbordante, desde luego, pero era tan triste toda ella que urgía regresar metiéndole algo de caña al blog. Y en esas ando.

Saben que me encanta hablar de mí misma y como esta vez tengo excusas varias, si deciden permanecer en las Variaciones a escuchar la sorpresa final, no va a quedarles más remedio que armarse de paciencia y leer más de un párrafo de egocentrismo desatado. A partir de aquí, seguir es de su exclusiva responsabilidad.

Y es que me han pasado varias cosas y todas buenas en el transcurso de apenas dos semanas.

Exactamente hace ahora 14 días los componentes del grupo Intermedio A de la Sala MalaSaña nos subíamos a un escenario a interpretar una obra que duraba prácticamente dos horas. Durante toda la tarde, el ensayo técnico: luces, banda sonora, pruebas de voz. Últimos repasos al texto. Nervios, muchos nervios y un calor sofocante. Nos vestimos, calentamos la voz con nuestro director, que nos lee extractos de "Nuestro temor más profundo" de Marianne Williamson. Poca importa la manera en que la escritora lo dice. Importa lo que dice. El grupo se siente unido. 
Comienza a entrar el público y nos mantenemos en un silencio total en el cubículo sin aire acondicionado de detrás de la escena, mientras la pequeña sala de teatro alternativa se va llenando de gente y ruidos. Algunos de la troupe andan tumbados o haciendo estiramientos, otros repiten en italiana silenciosa su papel; la mayoría simplemente nos miramos buscando fuerza y tranquilidad.

14 escenas, 12 cambios rapidísimos de escenografía. Todos al escenario de dos en dos, salvo un trío y un monólogo, el mío. Empieza la representación. No sabemos lo que está pasando. Escuchamos casi inmóviles cómo nuestros compañeros defienden el texto, el movimiento, la acción. El tiempo parece no pasar y el nerviosismo llega a hacerse poco llevadero. En cada levísimo tropiezo verbal de quien actúa, con cada frase especialmente brillante nos mimetizamos todos a una. Con preocupación o alegría muda. Como si nos fuera la vida en ello y no estuviéramos escenificando simplemente una muestra teatral de un puñado de aficionados entusiastas. Las agujas del reloj caminan despacio pero tienen el poder de irnos tranquilizando. Cada vez que una pareja regresa al cuarto trastero, los abrazos en silencio, las felicitaciones sin palabras, las sonrisas, los abrazos de aliento se suceden. 

Me toca el turno. Escena 5ª. Un monólogo de 17 minutos. Sola en escena con un vestido viejo, un teléfono, una botella de té a modo de brandy barato y muchos lacasitos de colores que parecen pastillas. Al salir no se ve nada y no distingo más que la luz y el calor fortísimos de los focos sobre el rostro. Todo está oscuro. Quizá así sea algo más fácil pero impresiona. Impresiona también el silencio. Hay miedo a que el texto no salga, preocupación por no recordar hacia dónde moverme. Pánico escénico casi.
Pero después de las primeras líneas las palabras fluyen casi sin yo quererlo y me permiten concentrarme. Oigo risas donde deberían oírse. Todo parece ir funcionando. Conforme avanzan los minutos y la acción el público se va callando, enganchado a lo que se desarrolla en escena. Un par de equivocaciones en el texto y un rápido "mejor sigue como si no hubiera pasado nada que si no se nota" dicho por y para mí misma. Al final, la muerte entra en escena. La de alguien importante que prepara la de mi personaje. No se oye una mosca. La caída del tubo de las pastillas en el foro hace que se desparramen por el escenario y yo quiera salir corriendo de allí con ellas de puro pánico. No estaba previsto pero el mantel ha resbalado y las ha arrastrado consigo.  No hay más remedio que reaccionar: me agacho y me las como del suelo agarrada a la botella de falso Magno - el director dirá después que eso son tablas y mucha gente pensó que formaba parte de la mise en scène-.
Muerte lenta sottovoce. Oscuro. Aplausos. Muchos aplausos. Como los dedicados a todos mis compañeros. 

El segundo acto transcurre veloz gracias a las maravillosas utilleras que hoy no actúan -gracias, gracias Consuelo por liberar el escenario de todas los lacasitos que dejé caer y dejarlo limpio para Carla, Esteban y Elena que iban a continuación-. Finalmente, pasadas las 11 de la noche, salimos a saludar. Cada actor con su pareja en escena o solo. 
Mentiría como una bellaca si dijera que no me gustaron los aplausos. Pero lo que me emocionó de verdad fue estar junto a mis compañeros formando todos una piña. Si algo me ha enseñado este año y medio de hacer teatro con ellos es que son grandes personas individualmente y un equipo maravilloso. Mientras saludábamos iba recordando las horas dedicadas a ensayos, críticas de unos a otros, opiniones, sugerencias, préstamos de vestuario o atrezzo. Y recordaba también los tres días que pasamos juntos en la casa rural de JL compartiendo responsabilidades, empeño, esfuerzo. Se me saltaron las lágrimas de lo bien que me sentía.

La segunda enseñanza que me ha regalado este período es que me gusta mucho subirme a un escenario para dar vida a y ser otro -pero mucho, mucho, mucho-. Que disfruto en escena intentando poner en pie un personaje con sus miserias y sentimientos y tratando de que quien está al otro lado de "la cuarta pared" se emocione con mi trabajo. Les aseguro que es de las sensaciones más maravillosas que existen. Lo mejor que escuché aquella noche es que habían llorado conmigo. 

Ha sido largo, ¿verdad? Les prometo que la segunda parte va a ser mucho más rapidita. Verán:
Hace tres meses que decidí, gracias precisamente a la información de una de mis compañeras, dedicarme a esto, no más en serio pero sí con más horas. Pasé dos exámenes para la Escuela Municipal de Arte Dramático y ayer salieron las listas oficiales. Me han admitido. Hasta 3 días antes de la primera prueba estaba convencida de que no iba a aprobar y lo digo sin la menor falsa modestia. Y después de salir del segundo examen y de una posterior entrevista no sabía qué es lo que iba a ocurrir. 

Les confesaré una cosa. Estoy feliz, triste y aterrada a partes iguales. Feliz porque voy a poder dedicar muchísimo tiempo a formarme como actriz y poco me importa si alguna vez vivo de esto y cobro por interpretar. Estoy triste por tener que dejar a mis compañeros pues han representado, representan y representarán para mí mucho más que un simple grupo de aficionados al teatro. Y aterrada porque la escuela tiene fama de ser muy buena pero también muy exigente. Soy perfectamente consciente de que habrá asignaturas que me costará superar  -los años y el exceso de peso no juegan precisamente a favor para correr 15 minutos dos veces por semana, hacer el pino, dar volteretas y aprender esgrima-, pero pienso intentarlo porque sé que también podré educar la voz, aprender a proyectarla, analizar un texto para encontrar los recursos con los que emocionar al espectador, entrar en contacto con el canto, aprender a recitar el verso del teatro del Siglo de Oro. Son tantas cosas las que me aguardan y tanto por aprender, trabajar y disfrutar que la alegría y el miedo me sacuden alternativamente. 

Ya lo ven, mis queridos lectoyentes. ¡Quién me iba a decir a mí hace dos años que mi vida iba a entrar por esos derroteros! Seré la única cincuentona en una clase de veinteañeros pero no me importa: ellos me aportarán fuerza y energía y yo podré cederles parte de mi experiencia. El entusiasmo será mutuo.
Si lo logro, si consigo licenciarme dentro de 3 años, seré una actriz profesional pero, sobre todo, haré algo que en el fondo he querido hacer toda mi vida. Y si María Galiana empezó en esto a mi misma edad, yo también puedo intentarlo aunque no tenga su calidad humana ni actoral. 

Además... ¡qué narices! Ando yo muy crecidita últimamente, así que ¿saben lo que les digo?:

- "¡Tiembla, Blanca Portillo, que el próximo Max lleva mi nombre..!" 



  Discúlpenme, si les apetece, las ínfulas, los delirios de grandeza y el cuento de la lechera con que les he trufado esta entrada. El domingo me marcho a un pequeño pueblo de Castellón para hacer un curso de vela -culo de mal asiento soy, que diría mi madre- de modo que podrán descansar de tanta autobaba porque tardaré en regresar. En ese interín,  disfruten de un cuadro del Prado que no todo el mundo en la institución sabe valorar -además, como papel tapiz queda bien chulo- y de una de las óperas más hermosas de Gluck, antes de que los del youtube la censuren, borrándola de un plumazo por oscuros intereses de las discográficas.

Por supuesto, háganme el favor de intentar ser felices.



C.W.Gluck (1714-1787) Écho et Narcisse. Libreto de Louis Theodor von Tschudi. Drama lírico. Concerto Köln. R.Jacobs, director. Hamburg Opera Chorus. Vía Arionia Tellus


miércoles, 3 de julio de 2013

Bagatelas XXIV: Sinestesia hermosa y triste








El adiós

Entró y se inclinó hasta besarla
porque de ella recibía la fuerza.

(La mujer lo miraba sin respuesta.)

Había un espejo humedecido
que imitaba la vida vagamente.
Se apretó la corbata,
el corazón,
sorbió un café desvanecido y turbio,
explicó sus proyectos
para hoy,
sus sueños para ayer y sus deseos
para nunca jamás.

(Ella lo contemplaba silenciosa.)

Habló de nuevo. Recordó la lucha
de tantos días y el amor
pasado. La vida es algo inesperado,
dijo. (Más frágiles que nunca las palabras).
Al fin calló con el silencio de ella,
se acercó hasta sus labios
y lloró simplemente sobre aquellos
labios ya para siempre sin respuesta.

                                                A modo de esperanza  José Ángel Valente (1955)







D Shostakovich (1906-1975). Cuarteto de cuerda nº 15 en mi bemol menor, op. 144. Fitzwilliam String Quartet. London/Decca, 1975-1977